EL TEMPLO DEL ÁNGEL

Somos un centro que nos dedicamos a la salud y el bienestar de nuestro cuerpo y mente.
Practicamos yoga terapéutico, danyopi (una combinzación de danza, yoga y pilates), liber dance y danza oriental para el bienestar de nuestro cuerpo.
Hacemos meditaciones, reiki y relajaciones para nuestro bienestar mental.
Y te podemos asesorar para que cambies tus hábitos alimenticios.

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Cuento: la vigía de las estellas

Yo, Ogashya, la vigía de las estrellas, quiero ser luz en estos momentos de aparente oscuridad.
Quiero ofreceros mi voz para que os dé testimonio de la visión que mis ojos han contemplado:
En el principio fue el Amor, la Gran Hoguera de Fuego, la Llama Sagrada y Ardiente, que irradia permanentemente su luz y su calor, El Gran Viento Primero que sopla sin que nadie sepa de donde viene, ni a donde va, El Gran Manantial, cuyos veneros manan generando ríos de agua viva, el Barro Esencial, los Lodos Primordiales donde residen sembradas todas las posibilidades.
Y el Amor, cuyo Ser es todo donación y permanece en el eterno fluir de la Vida, tuvo un gran sueño que fue acrisolando, aguardando el tiempo oportuno para su creación.
Fueron creados así los seres del fuego, cuyo don es la Luz, los seres del aire, seres alados capacitados para Soñar, los seres de la tierra, cuya fuerza y capacidad para generar Vida no tienen igual y los seres del agua fluidos, transparentes.
Poblaron todos estos seres un pequeño planeta de la Galaxia Mu, perteneciente a la Confederación del Sol Central.
Y comenzaron a vivir habitándolo, donando cada cual lo mejor de sí. Todos sabían escuchar a su corazón y así, los seres del fuego sabían que en él habitaba la llama de fuego que los convertía en antorchas vivas. Por donde ellos pasaban todo era luz y calor. Los seres del aire conectaban con las alas de su corazón y ofrecían sus sueños generando, por doquier, esperanza, plenitud y evolución. Los seres de la tierra, cuyo corazón era tierra buena,
hacían presente la belleza floreciendo cada primavera, por muy duro que hubiese sido el invierno, enraizándose y dando sus mejores frutos cada verano.
Y los seres del agua brotaban y fluían, regando y haciendo fértiles las posibilidades que nacían del corazón. En el camino acompañaban, calmaban la sed y refrescaban.
Fueron transcurriendo muchos ciclos de tiempo: días, semanas, meses, años, lustros, décadas, siglos, milenios............... y, poco a poco, en ese transcurrir, los seres fueron olvidando quienes eran. Su identidad quedó enterrada en lo profundo de su corazón. Se acostumbraron a vivir sólo desde la superficie, y mientras más ocurría esto, más se apoderaba de ellos el gran olvido, más y más avanzaba la inconsciencia.
Se habían convertido en seres errantes, perdidos y vacíos, cuyo miedo hacía que sólo buscaran su propio beneficio, contradiciendo el principio sagrado y fundante de su ser: la donación.
En el pequeño planeta comenzó la era de la oscuridad, de la falta de sueños, de los desiertos y de la sed.
Así se sumergieron en un tiempo donde reinaba todo lo falso: el egoísmo, la codicia, la mentira, el aparentar, el prestigio, el miedo, la envidia, la dominación.
El Amor mantenía su sueño primero con toda la fuerza que en el inicio, pero ya no llegaban sus ondas a los corazones de los seres porque estaban obstruidos por su forma de vivir, y habían acabado ensordeciendo.
El Gran Creador era paciente y decidió confiar. Él dotaba a todo de sentido. Y, por tanto, aguardó a que el sentido de la oscuridad se fuese revelando.
De manera muy lenta al principio, algunos seres errantes se fueron transformando en seres buscadores. Sus corazones, de tanto dolor como les producían los sufrimientos que generaban la inconsciencia y la oscuridad, comenzaron a despertar del letargo. Todos, uno a uno, vivieron el mismo proceso por distintos senderos.
En el Silencio, al que antes le tenían mucho miedo, volvieron a escuchar los susurros del fondo.
Las preguntas que durante mucho tiempo se habían hecho comenzaron a obtener respuestas:
“¿Quién soy?”
“¿De dónde vengo?”
“¿Cuál es el sentido de mi vida?”
“Provenimos de la Gran Hoguera, provenimos del Gran Manantial, provenimos del Viento del Norte, Viento Primero Esencial, provenimos de la Madre Tierra, somos barro, sabemos a fruto”.
Descubrieron que, durante el tiempo que habían vivido en la superficie de su Ser, sin ellos saberlo, su corazón se había unificado. Tenían un corazón que era fuego y a la vez era alado, y estaba hecho de tierra buena. De él el Amor, los sueños y los
frutos maduros brotaban y fluían porque era un manantial de agua pura. 

Su caminar errante se convirtió en un caminar peregrino.
Sus corazones les fueron revelando la Verdad, y fueron descubriendo que habían existido seres, antes que ellos, que habían caminado por el Camino Verdadero de la Vida, llegando a la plenitud de su Ser. Estos seres eran guías llamados a iluminar con sus vidas, para que cuando fueran encontrados reflejaran en sus ojos el camino que no puede verse y resonara en su voz el camino que no puede oírse.
Anhelaron el retorno al Amor y se apasionaron por el Gran Sueño de su Creador.
Y entre ellos tejieron vínculos de hermandad. Experimentaron cómo, al vivir desde el fondo, se desvanecían todos los conflictos, ya que volvió a reinar el principio de la donación.
Desde cada pequeño rincón del planeta, cada día, se elevaban cantos de alabanza y agradecimiento por la plenitud vivida.
En una danza final, conscientes de que caminaban hacia la Unidad, y aceptando la vocación sagrada que los habitaba, sellaron un pacto:
“No volver a olvidar nunca que son seres que sueñan y acrisolan sus sueños en su corazón, creando espacios para que el mundo se convierta en un lugar que responda a los deseos más profundos de todos y que sepa verdaderamente a Amor”.

Determinaron atreverse a dirigirse, con sus alas abiertas, hacia esos sueños, permitiendo que brotaran de sí, fluyendo con los aconteceres y con los tiempos; regando el mundo, convirtiendo la tierra reseca, desértica, en tierra fértil que florece y da fruto; convirtiendo las oscuras cavernas, las tierras de penumbra y sombras de muerte en tierra amanecida, irradiada por la Luz; alentando a través de brisas suaves y vientos firmes el primer aletear de las alas de aquellos que están llamados a volar, dándoles el aliento de Vida, haciendo respirables los aires enrarecidos.
Y así como al Principio, Ahora y Siempre continúa siendo el Amor.

Magdalena Rodríguez Martínez 
Andújar a 25 de mayo de 2012 

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