EL TEMPLO DEL ÁNGEL

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Cuento: el lodo y la flor de loto (segunda parte)

Capítulo 1. En el Jardín Animado
Melinda había colgado en la pared de su habitación el dibujo del bello estanque sagrado. En un principio, fue una experiencia que le encantaba, porque miraba el dibujo y, sin comprenderlo aún, este le susurraba cosas que para su corazón tenían sentido. Pero lo más importante es que se sentía tranquila y le entraban ganas de sonreír. Hacía aflorar la paz de su interior.
Aunque la imagen estaba guardada también en lo más profundo de sí, poco a poco, se fue desconectando de ella. También dejó de mirar el dibujo de la pared de su habitación. Este pasó a ser un adorno más, y perdió su capacidad de susurrar y tranquilizar a la niña.
Iba pasando el tiempo y, aparentemente, nada ocurría, nada cambiaba. Melinda continuaba sintiéndose incomprendida, triste, y no encontraba la manera de sentirse bien consigo misma y con los demás. Continuaban en su vida sucediendo situaciones que le generaban un gran malestar.
Esto era lo que se veía bajo una mirada superficial, pero ante una mirada atenta, en el fondo, en el corazón, se notaba que Melinda estaba madurando. Se había ido preparando para comenzar a comprender y a aprender la lección contenida en el dibujo, ahora tan alejado de su realidad. 

El corazón de los seres humanos necesita tiempo para madurar, igual que cualquier fruto. Nuestro fruto más preciado es nuestro corazón.
Como todos en la vida, Melinda necesitaba tener experiencias que le ayudaran a ir incorporando lo que intuía, lo que sabía, pero inconscientemente. Las experiencias nos ayudan a recordar, a que se nos revele lo que ya sabemos. También son como los deberes de la escuela. Con cada experiencia tenemos la oportunidad de ir aprendiendo la lección en la que estamos.
Así pues, la Vida le iba a seguir dando oportunidades para aprender............. .................Sonó el despertador a las 8, como cada mañana. Con los ojos casi cerrados aún, pues le costaba trabajo despertar, se dirigió al cuarto de baño y después a la cocina. Allí la esperaba su madre con el desayuno recién preparado.
-  Buenos días, ¿Qué tal has descansado?- saludó a la chica
-  Puffff.........- expetó mientras se desperezaba
-  No tienes muchas ganas de hablar ¿verdad?-
-  No- musitó Melinda
Amelia se quedó un poco preocupada porque volvía a encontrar a su hija distante, encerrada en su interior. Le costaba mucho expresar.
La mañana de colegio transcurrió monótona. Una cosa era lo que le enseñaban en el cole y otra muy distinta lo que ella necesitaba para saber vivir la vida. - ¿Dónde enseñaban esto? ¿quién lo enseñaba?- se preguntó.
A la salida volvió con algunas amigas, que se fueron quedando por el camino. El último tramo lo hizo sola. A la vez que caminaba iba sumergida en sus pensamientos.Comenzó a atravesar el jardín Wells que era paso obligado para llegar a su casa. Era el jardín de su pequeña ciudad. En él se hallaban todas las especies autóctonas de árboles, arbustos, plantas y flores de la región. El jardinero que lo cuidaba se llamaba Roberto y andaba muy atareado cavando alrededor de los arbustos para remover la tierra. Melinda decidió sentarse en uno de los bancos a mirarlo mientras realizaba su trabajo. Era un hombre rudo, de bastante estatura y cuerpo fornido, en el que el sol había dejado su rastro a base de color y de arrugas. Le llamó la atención la lentitud y el esmero con el que llevaba a cabo la labor. Al mirarlo era como si el tiempo se hubiera enlentecido y cada movimiento se volviera delicado y amoroso. Melinda captaba la dedicación y el verdadero interés del jardinero por el jardín que le había sido confiado. No importaba lo pequeña que fuera una flor o lo grande que fuera un árbol, todos recibían los cuidados que necesitaban. Roberto a medida que terminaba en una zona iba adentrándose en la espesura del jardín, hacia su centro, donde había un manantial pequeño del que manaba continuamente agua. Melinda intentó seguirlo pero le perdió el rastro. No obstante, continuó explorando hasta que se encontró en pleno corazón. Bordeando el manantial había grandes piedras que formaban acequias radiales de manera que su agua pudiera llegar a todo el jardín.
En una vista aérea se vería un sol con largos rayos que penetraban todas sus zonas. En cada intersección entre canales, un gran árbol se alzaba marcando el perímetro circular del manantial. En total eran ocho y cada uno de ellos de una especie distinta. Había un cedro del Himalaya, un roble, un ciprés y un ficus milenario, e intercalados un almendro, un cerezo, un granado y un magnolio. Las distintas alturas y la robustez de unos, junto con la belleza de los otros daban la sensación de que de esta diversidad armónica emanaba una serenidad muy profunda y especial que embargó a la niña.
La luz penetraba haciendo un juego de reflejos en el agua y en las piedras. El color que predominaba en el lugar era una mezcla de rosas y violetas.
-¿Qué sitio era aquél? ¿por qué no lo había descubierto hasta ahora?- Mientras se hacía estas preguntas seguía boquiabierta, sin poder salir de su asombro.
Al volver a recorrer con su mirada cada rincón, reparó en uno de los árboles que llamó su atención. Por un momento, le había parecido ver dos rostros en su tronco.
-No, eso no es posible. Habrá sido producto de mi imaginación- pensó la niña, un poco asustada por lo que había experimentado.
Volvió a mirar tímidamente y los rostros volvieron a aparecer en el tronco del árbol. Eran familiares. Contra la voz de su mente que le rogaba que fuera prudente y regresara al camino para ir a su casa, siguió la voz interior que le sugería que se acercara más.
Al hacerlo escuchó una voz que se dirigía a ella llamándola por su nombre:
-Melinda, ¿no me reconoces? ¿no te acuerdas de mí?- dijo Doylos con gran alegría por el encuentro.
Melinda no lograba articular palabra. Doylos, poco a poco, iba saliendo del tronco y hablaba en un lenguaje extraño dirigiéndose a una mujer que salía a la vez que él. Sólo se le entendió su nombre, Eugenia.
Ella era alta, delgada, con facciones suaves y un pelo muy largo, en el que llevaba una diadema de flores de distintos colores. Su traje era largo y vaporoso. Él bajito, con barbas, manos regordetas, ojos brillantes y una sonrisa que los iluminaba.
Ambos la miraron cariñosa y familiarmente.

Capitulo 2. Keithfú, el búho sapiencial
Melinda no podía salir de su asombro, pero el comportamiento natural de Doylos y Eugenia le fue facilitando el irse tranquilizando y comenzar a sentir una emocionante mezcla de alegría, sorpresa y curiosidad.
El hada y el duende comenzaron a pasear mientras invitaban a la niña a que les pusiera al día de todo lo acontecido en su vida.
Mientras iba hablando, Melinda comenzó a experimentar el descanso que surge de lo profundo cuando somos escuchados de verdad.
Ambos percibieron su deseo de que alguien la enseñara a vivir. Cruzaron sus miradas y a la vez vino a sus mentes la imagen de Keithfú, el búho, maestro sapiencial, dedicado a acoger una a una a aquellas personas que anhelan ser discípulos de la Vida y a acompañarlos en el aprendizaje de sus lecciones y misterios.
-Melinda- exclamó Doylos interrumpiendo el largo silencio en el que se habían sumergido- vamos a presentarte a alguien que puede acompañarte a encontrar lo que buscas. Ven, vamos a recibirlo a su puerta de llegada.
Melinda interrogó con la mirada a Eugenia para que le ayudara a salir de su estado de perplejidad.

-Keithfú es uno de los seres más sabios, sencillos y con más sentido del humor que conozco, Melinda- afirmó el hada para que la niña confiara- él habita en la dimensión phi, y uno de los caminos por los que llega hasta nosotros es a través de la naturaleza. Ahora va llegar a través del árbol octavo del radial central del parque, el ficus milenario. Así que vamos hacia allí para que os podáis conocer.
Los tres se dirigieron hacia el lugar de partida. Melinda caminaba expectante. Dentro de su corazón existían interrogantes, dudas, pero también un gran deseo que, en el combate interior, podía a todo lo demás. Eugenia y Doylos habían sido para ella seres muy importantes que le habían demostrado su amor, su verdadero interés por ella y le habían prestado una ayuda muy valiosa. Ahora era confiada por ellos a una especie de maestro que le enseñaría lecciones para aprender a vivir. Ese era uno de sus deseos más profundos, y ahora que estaba a punto de hacerse realidad........................ - ¿Será verdad todo esto?- se preguntaba sin esperar ninguna respuesta.
Mientras caminaban se iban haciendo presentes todos los sonidos del lugar, conjugándose en una melodía muy bella. De fondo, el silencio era atravesado por el sonido del viento de una manera mantenida, y los trinos de los pájaros junto con voces lejanas de niños que jugaban, aparecían salpicándolo, poniendo notas de alegría y de vida.
En el círculo central, en pleno corazón del parque, un Silencio sereno lo envolvía todo y el tiempo comenzaba a detenerse dando paso a un eterno presente que fluía del propio manantial.
Los tres permanecían atentos al ficus a la espera de la llegada de Keithfú, impregnado de este clima tan especial.
-Buenas tardes amigos- saludó con voz profunda y ligera a la vez, el búho, sorprendiéndolos por la espalda.
-Querido amigo.......- se adelantó Doylos para recibirlo con un abrazo.
Eugenia sonriendo le dijo – Keithfú, cómo no, siempre inesperado aunque estemos esperándote. ¿Cómo has llegado?-
-Finalmente tuve que decidir tomar un camino distinto- decía el búho mientras sacudía sus plumas blancas- el que conduce al ficus estaba muy transitado y no quería retardarme. Por tanto, la puerta de entrada ha sido el magnolio en esta ocasión-.
Melinda permanecía inmóvil observando la escena del encuentro. Interiormente estaba divertida por la curiosa llegada y expectante por el encuentro.
-Ah, toma Melinda – se dirigió el búho a la niña en tono familiar entregándole un pequeño tomo-. Melinda lo cogió sin poder apenas reaccionar. Sólo pudo decir entrecortadamente – Graaaaacias-. Esperaba una presentación formal y el que iba a ser su maestro ya conocía su nombre, se saltaba los formalismos y le entregaba un libro. Al mirar su tapa leyó “Cuaderno de Viaje: Manual para principiantes”. Abrió el libro para ver quien era su autor y ojearlo. Y cual fue su sorpresa al comprobar que estaba en blanco.
- Saca uno de tus bonitos bolígrafos y anota: Primera lección – la invitó Keithfú 
-Vaya, ahora si que no entendía nada – pensó para sí.
- Ya sé que no entiendes, no importa, ya entenderás. Bien mis queridos amigos, déjenme con mi pequeña pupila que podamos iniciar la tarea – se dirigió solemne hacia el duende y el hada y los estrechó en un abrazo.
Doylos y Eugenia se despidieron con gran ternura de Melinda y le repitieron que confiara, que se dejara enseñar por Keithfú, él iba a ser un buen maestro para ella.
Cuando salió de sí y dejó de mirarlos mientras se alejaban, vio que se encontraba de nuevo sola.
-¿Dónde está Keithfú? ¿a dónde ha ido?- se preguntó. De repente, mientras pensaba que no era real, que acababa de despertar de un sueño o algo así, una voz que salía de entre los arbustos del camino del sur le interrogó - ¿Cómo expresarías tú por escrito la lección que acabas de presenciar, jovencita? – era su maestro que había continuado andando sólo y quería centrarla en su labor.
– No sé Keithfú- reconoció la niña.
-No necesitas saber, lo acabas de vivir. Me esperabas por un sitio y he llegado por otro. Esperabas que fuésemos presentados y no ha sido así, creías que te había dado un libro escrito para aprender de otros y te he entregado un cuaderno en blanco para que escribas lo que vas aprendiendo de ti. Todo esto te deja sin palabras, descolocada y sin saber qué hacer, ¿cómo puedes llamar a esta primera lección?-
-¿No esperar? ¿Estar en blanco?- preguntó dubitativa la chica.
- OK – le confirmó Keithfú – ahora vete a casa, que te estarán esperando. Cuando me necesites nos encontraremos. Hasta entonces escribe en tu cuaderno sobre esta primera lección de hoy-.

Capítulo 3. Cuaderno de viaje
Melinda salió del jardín y a medida que reconocía las calles iba apresurando su paso porque se había retrasado bastante con respecto a su hora habitual de llegada. No sabía bien que explicación iba a dar en casa que resultara convincente. La verdad no iba a serlo.
A su llegada encontró una pequeña nota sostenida en el panel del frigorífico que su madre había dejado por la mañana, y decía así: - Melinda, te recuerdo que hoy como fuera. Te he dejado tu comida preparada, sólo para que la calientes. Un abrazo y hasta la tarde. Mamá-
Durante toda la tarde intentó centrarse en los deberes que le habían puesto en clase y apenas lo intentaba su mente se iba llenando de las imágenes y las palabras que había vivido en el parque.
¿Cómo es posible que haya sucedido esto?- se preguntaba, y seguidamente se hacía la siguiente afirmación: - el cuaderno me confirma que es verdad-.
El pequeño cuaderno estaba a su lado en la misma mesa donde estudiaba. Era de un color verde manzana, atravesado por flores doradas engarzadas unas en las otras. Las cenefas sólo se interrumpían en la parte superior donde se leía: Cuaderno de Viaje: Manual para principiantes. La niña no podía evitar que su mirada y su mano se dirigieran a la tapa del cuaderno.
-¿Qué voy a escribir sobre “estar en blanco”? – se preguntaba mientras al abrirlo volvía a leer lo que había escrito al mediodía: -Primera Lección-

- Ya sé cómo la voy a llamar – se dijo, y comenzó a anotar: SIN PLANES Se le fue la mano y continuó escribiendo: “Hoy al llegar a casa esperaba encontrar a mamá, y lo peor era que me preocupaba mucho qué explicación darle sobre donde había estado. Cuando llegué no estaba, estaba comiendo fuera. Podía haberme ahorrado la preocupación que tuve durante todo el camino y haber dado una respuesta, la que me surgiera al llegar. NO PREOCUPARME, SÓLO OCUPARME CUANDO LLEGUE EL MOMENTO. CONFIAR EN QUE SURGIRÁ LA RESPUESTA ADECUADA PARA CADA SITUACIÓN...............” – eh, eh, eh......¿de donde salen estas palabras que escribo? Las escribo yo, pero ¿esto lo sé yo? – se decía a sí misma muy sorprendida.
Cerró inmediatamente el cuaderno y lo retiró, a la vez que retiraba su silla de la mesa. Comenzó a respirar más profunda y lentamente para ver si se podía tranquilizar.
De pronto, sonó el ruidito que indicaba que tenía un mensaje en su ordenador. No podía creerlo, era de Keithfú. Se apresuró a abrirlo y decía: - Querida jovencita esta es tu tercera lección, anótala en tu cuaderno: LA SABIDURÍA ESTÁ EN TI, EN TU INTERIOR, ESCÚCHALA, y escribe todas las experiencias que vayas teniendo que te confirmen esto. Ah, anota primero la segunda lección que has descubierto. Eres una alumna muy aventajada- .
Al irlo leyendo recordaba Melinda la voz de su maestro y sus grandes ojos mirándola con esa mirada tan profunda y tierna con que la solía mirar, y se sintió confiada. Dentro de sí sabía que esto era verdad.
Mientras hacía lo que le había dicho Keithfú, sonreía al pensar que tenía un tutor de la Vida “on line”. Esto se estaba poniendo muy interesante.
Esa noche, antes de dormir, permanecía tumbada en su cama repasando y saboreando cada uno de los acontecimientos vividos durante el día. No podía decir cual de ellos había sido el más sorprendente, porque cada uno había despertado su asombro y ninguno de ellos iba a poder ser contado, porque nadie la iba a creer.
Mientras permanecía mirando el dibujo del bello estanque sagrado, se preguntaba de donde habían salido todas las cosas que ya permanecían escritas en su cuaderno de viaje. Y se dio cuenta de que sólo cuando estaba sola y escuchando su corazón podía escribirlas.
Poco a poco, se fue rindiendo al sueño hasta que se quedó profunda y plácidamente dormida, con una gran sonrisa dibujada en su rostro.

Capítulo 4. Hundida en el lodo
Despertar este día era apasionante porque para Melinda significaba continuar aprendiendo a vivir de esta manera con la que Keithfú había logrado entusiasmarla.
De pronto, su expresión radiante se apagó cuando recordó algunas de las situaciones con las que tenía que volver a enfrentarse ese día.
Se vino a su mente lo difícil que le resultaba volver al colegio. Sentía miedo cuando pensaba en la niña que era la jefa del grupo con el que se relacionaba. Era alta, y tenía más edad que ellas porque había repetido curso, así y todo su rendimiento en clase continuaba siendo bajo. Esta niña les decía a todas lo que debían hacer, a qué tenían que jugar y con quien podían o no relacionarse. Tenía mucho carácter y, al ser la líder, era importante llevarse bien con ella porque influía en las demás. Melinda tenía miedo de ella, no se atrevía a contradecirla y cuando la obedecía sentía rechazo y vergüenza hacia sí misma.
Un simple “no” hubiera bastado para terminar con aquella situación – pensaba-, pero se sentía incapaz de decirlo. Tal vez podría hablar con papá o con mamá de lo que le ocurría, pero como iba a preocuparlos con otra cosa más.
Papá llevaba un tiempo muy pensativo, apenas si le prestaba atención a ella. A veces se mostraba nervioso y a veces enfadado. Algo le ocurría en el trabajo, algo que a ella le trataban de ocultar. Si le preguntaba qué le pasaba, su padre le contestaba: - Nada hija, nada, ¿qué me va a pasar?-. -los mayores siempre disimulando- se decía a sí misma, mientras crecía la angustia en su interior, porque sabía que sí pasaba algo, pero no podía hablarlo con nadie.
Mamá no descansaba apenas. Estaba todo el día atareada haciéndose cargo de todo, de su trabajo, de la casa, de la familia, de papá, del cuidado de la abuela........... Melinda veía en su cara cansancio y mucha tristeza en su corazón.
Cuando terminó de repasar la situación todo se había vuelto muy oscuro en su interior. Sentía miedo, angustia, tristeza, soledad y no sabía qué hacer con todo aquello. Se quedó sin esperanza. Se sentía hundida, atrapada por aquellos pensamientos y por lo que la hacían sentir.
- No puedo hacer nada y no quiero vivir esto – se repetía una y otra vez, mientras iba creciendo dentro de ella un gran malestar.
En ese momento pensó en Keithfú y le gritó enfadada: - ¿Y ahora qué? Keithfú, ahora ¿qué puedo hacer?, nada ¿verdad?, ¿porqué me ocurren a mí estas cosas? ¿qué he hecho yo? -.
Pasó un tiempo después de su última pregunta y se dio cuenta que todo seguía en silencio, un gran silencio que terminó con una afirmación: - A ti tampoco te importo – y lentamente comenzó a levantarse y a prepararse para ir al cole.
Nada de lo vivido el día anterior le servía y mientras andaba se hacía mayor su abatimiento y aumentaba el aire plomizo de su caminar.

Capítulo 5. Ser la Flor de loto
Keithfú llamaba una y otra vez a Melinda asegurándole: - Melinda, niña, no estás sola, yo estoy aquí- . Pero Melinda ya no lo podía oír porque se había dejado arrastrar por su malestar hasta quedar hundida.
- ¡Qué difícil es cuando estamos hundidos en el lodo oír una voz distinta a aquella que nos hunde! – pensaba apenado Keithfú, pero no se rindió. Decidió permanecer pacientemente susurrando el nombre de la niña una y otra vez para que sus ondas expansivas llegasen a su corazón.
El sabía por experiencia que los corazones se abren a la llamada del Amor.
Melinda había llegado a casa tras el día de colegio y subió a su habitación. Cogió su cuaderno de viaje y comenzó abriéndolo, leyó lo que había escrito y seguidamente escribió: - “¿quiero salir de aquí? “-

Levantó su mirada y vio el cuadro del Estanque Sagrado. Al contemplarlo se le vino a la mente otra pregunta:- ¿quieres seguirte hundiendo en el lodo? -.
Sin pensarlo la escribió:- “¿quiero seguir hundiéndome en el lodo?“No” – contestó.
- Aprende de la Flor de Loto – emergió de nuevo esta respuesta de su interior.
  • -  Keithfú, ¿eres tú? – interrogó en voz alta la niña.
  • -  Si, Melinda, soy yo – dijo con alivio el búho
  • -  Si estás dentro de mi 
  • -  Si Melinda, quizás aún no me he presentado debidamente. Soy la voz de tu interior profundo-
  • -  Pero yo creía que eras un maestro 
  • -  Y lo soy – Pero.......... –
- Si, así es, habito dentro de ti. Los maestros de fuera sólo vendrán a despertar lo que tienes dormido, a recordar lo que has olvidado, a revelar lo que ha sido velado............... y yo con mi voz te lo contaré 
- Keithfú, pensé que me habías abandonado, o que eras una mentira, que sólo te había soñado -
- He estado siempre aquí, siempre contigo, pero tú no siempre me puedes oír. A veces Melinda te vas lejos de mí y no me quieres oír 
- Ahora si quiero. ¿Qué puedo hacer Keithfú? – - Aprende de la flor de loto - ¿Cómo puedo aprender de ella? - Obsérvala 
La niña hizo lo que la voz sabia de su interior le indicaba y se quedó observando durante un largo rato el cuadro del Estanque Sagrado.
- ¿Qué ves? – preguntó Keithfú - La flor no está en el barro, está por encima, enraizada en él y flotando en el agua – contestó Melinda
- Pues bien, aprende de ella – insistió Keithfú – aprende a ser una flor que se eleva sobre el lodo aceptándolo, enraizándose en él. Aprende a ser una flor que se nutre del lodo al dotarlo de sentido. Aprende esta lección y desplegaras toda tu belleza, y aprenderás a vivir -.
Melinda permanecía en silencio escuchándolo asombrada. Esas palabras tocaban su corazón y despertaban en ella el deseo de vivir, de aprender a vivir.
Keithfú que la conocía alcanzó a oír antes de que la pronunciara la pregunta que se estaba haciendo: - ¿Cómo puedo hacer esto en mi vida? ¿cómo puedo aprender esta lección en los problemas que ahora vivo? – Y dijo en voz alta:

- Comienza aceptando que sientes miedo de esa chica y que eso provoca que sientas vergüenza hacia ti. Reconocerlo y aceptarlo te va a dar una fortaleza desconocida para ti. Comenzarás a aprender a amarte, y ese es tu mayor poder. Todo lo demás lo irás aprendiendo después. Pero no te preocupes ahora por eso Melinda, lo importante es lo que ha ocurrido hoy en tu corazón-
- Gracias – expresó la niña, emocionada por este regalo que su maestro le estaba haciendo.
Este diálogo continuó toda la tarde y siguió al día siguiente, y cada uno de los días de cada mes, de todos los meses de cada año y todos los años en la vida de Melinda.
Y así fue como aprendió a ser y vivir como una bella flor de loto, sencilla, abierta, elevada...........................

Magdalena Rodríguez Martínez Andújar, 2013

El lodo y la flor de loto (segunda parte)-audio