A Irene, bello estanque sagrado, con todo mi amor.
Capítulo 1. Doylos, El duende 
Al final del recodo del camino, oculto tras las altas vallas de hiedra, se encontraba el estanque del bosque. La luz entraba entrecortada abriéndose paso a través de la densa vegetación, formando una lluvia de gotas doradas que salpicaba todo el lugar, y terminaba reposando en la superficie del agua. De entre los matorrales, emergía enorme una secuoya gigante. En el centro de su tronco se abría una gran apertura y de ahí, desperezándose, apareció una mañana más Doylos, el duende guardián del estanque. Respiró con profundidad, se frotó la cara y volviendo a estirar sus pequeños brazos expresó en voz alta: -Huuum.......qué buena mañana hace-
-Buenos días Doña Mariquita, hoy has sido muy madrugadora- saludó cariñosamente el duende a la pequeña mariquita.
-Sí- replicó esta- tengo que hacer un largo recorrido hasta llegar a la arboleda del norte. Una pequeña cría de ardilla se ha caído de un árbol y se ha roto una patita y me han avisado para que ayude en su cura-.
-Yo también tengo tarea- comentó Doylos- esta madrugada me ha despertado la voz de mi intuición. Hay una niña que está en apuros y creo que el estanque y yo podemos ayudarla.-
-¿Una niña?-Interrogó con voz de asombro Doña Mariquita
- ¿Una cría humana? ¿Cómo es posible eso si ellos viven en el mundo real, más allá del arco iris?- Doylos se dispuso a explicarle: - Cuando hay un niño que lo está pasando mal y pide ayuda, su voz interior llega, atravesando la puerta del Arco iris, hasta el mundo de la imaginación y la fantasía, hasta nuestro mundo. Si alguno de nosotros cree que le puede ayudar le hacemos llegar nuestro mensaje.-
-No, no, no,..........eso no puede ser............eso va contra toda regla, contra todo pronóstico......... ¿cómo vas a mandar un mensaje atravesando la puerta del arco iris?- continuó interrogando incrédula la mariquita. -¿Cómo va a ser? a través........... no puedo creer que no lo sepas- dijo con voz enfadada Doylos.
-No, no lo sé- insistió Doña Mariquita. -Bueno...........-refunfuñó- esta vez va a ser a través de un sueño, en el que tengo que trabajar durante todo el día para que esté listo para ser enviado esta noche.-
- Y ¿hay otras formas?- curioseó. - Si otras veces inspiramos a personas del mundo real y le dan forma a nuestros mensajes escribiendo cuentos, relatando novelas, pintando cuadros, componiendo música..................-decía acelerado el duende- en fin, y mucho más. En realidad, a través de todas las formas de arte.-
- Y ¿por qué esta vez has elegido un sueño?
- Doña Mariquita calló un momento y continuó- no, no me lo digas, ya sé, porque a esta niña no le gusta leer, ni escuchar música, ni las pelis con contenido........-
Doylos sorprendido y, a la vez, contento le contestó: - Así es, he elegido el canal por el que estoy seguro de que le llegará mi mensaje.
- Doña Mariquita se despidió del duende y mientras iba caminando meditaba sobre los misterios del bosque y sobre lo mucho que ella aún desconocía. Caminaba contenta, canturreando canciones antiguas que continuaron escuchándose aún cuando estaba ya en la lejanía.
Capítulo 2: Eugenia y el estanque
Doylos, mientras tanto, se había adentrado en la secuoya gigante donde había construido su hogar. Nada más atravesar el umbral de la puerta se avistaba toda la estancia. No era ni muy grande, ni muy pequeña, era el espacio adecuado para él. Estaba dividida por paredes de caña en distintos compartimentos que cubrían sus necesidades. Pequeños agujeritos en la corteza del gran árbol hacían la función de claraboyas de luz que iluminaban la vivienda. Doylos, con gesto apresurado y rapidez en el caminar, se dirigió a través de un pasillo a la habitación del fondo. Esta era la más amplia y en la que entraba más luz, pues al final se abría un gran orificio que, a modo de ventanal, permitía ver el bosque. En las paredes de madera había esculpido una librería revistiéndolas. Había muchos libros de pastas de distintos colores que contenían diversas tradiciones de sabidurías milenarias. Doylos se servía de ellos para realizar su labor. Ante la gran ventana ovalada había una mesa con muchos utensilios: pequeñas piedras de colores, cuencos con semillas, pigmentos naturales, hierbas secas......
Esa voz decía: - Socorro, por favor ayudadme......que alguien me ayude a quitar todo lo malo que hay en mí para que puedan quererme-
Después de escuchar esta voz varias veces y de imaginarse a la niña que la emitía Doylos sintió mucha compasión y ternura por ella. Y él en su corazón, también pidió ayuda:
- Ayudadme, ¿cómo puedo ayudar a esta niña?-.Él sabía que las cosas importante, sagradas, y ayudar a una niña lo era, no podía hacerlo sólo. En aquél mismo instante, levantó la vista, miró hacia la ventana del bosque y vio la mirada serena y sonriente de Eugenia, el alma del bosque. Doylos sonrió y saludó a Eugenia invitándola con la mano a pasar a su hogar. Eugenia sonrió de nuevo y con su amplia sonrisa le recordó al duende que ella no podía entrar, ya que la vivienda no era de su tamaño. Eugenia era muy alta y vestía unos ropajes amplios, largos y tornasolados, con mangas anchas y finalización desigual. Su sola presencia desprendía un poquito de luz a su alrededor. Aunque solía encarnar forma de mujer, a veces aparecía como una niña y otras, cuando se requería mucha sabiduría, se convertía en una anciana. Mientras ella bordeaba el tronco de la secuoya, Doylos se dirigió hacia la puerta para salir fuera. Una vez que ambos estaban en el borde del estanque Doylos le comentó: - Te agradezco Eugenia que hayas acudido nada más oír mi petición de ayuda.- Eugenia le respondió:- Querido amigo, ¿cómo no iba a acudir a ti después de haber percibido la compasión y la ternura que sentías hacia Melinda?-.
Doylos sorprendido preguntó: - ¿Melinda? ¿Quién es Melinda?- y enseguida, al nombrar el nombre en voz alta se dio cuenta y dijo: -Así que Melinda es su nombre...............Melinda es un lindo nombre para una linda niña.- y luego volvió a preguntar: - Eugenia ¿cómo puedes ayudarme?- .
A su vez Eugenia, que casi nunca daba respuestas, le preguntó: - ¿Qué necesitas para poder crear el sueño?- Doylos se tomó un minuto y concluyó:- Claro, ya está, necesito conocer algo más de Melinda y de la situación en la que se encuentra.-
- Entonces vamos a verlo, mira hacia el estanque- 
En ese instante la superficie del estanque parecía un espejo y en ella comenzaron a reflejarse imágenes que al principio estaban borrosas; y poco a poco fueron volviéndose más nítidas. En la primera imagen aparecían un señor y una señora que estaba en avanzado estado de gestación. De pronto invade la imagen otra señora mayor que dirigiéndose sonriente a la primera le pregunta, mientras pone su mano en el enorme vientre: - ¿Qué Amelia? ¿Cómo se porta la niña?, ¿es buena o es mala?-
Amelia le devolvió una sonrisa y perpleja, sin saber qué decir, contestó: -Sí, la verdad es que se mueve mucho.-
Doylos indignado espetó: -¿Quién es esa señora? ¿Cómo puede preguntar eso? ¿Un feto bueno o malo? Los mayores y sus categorías.-
-Los mayores y sus dificultades- matizó Eugenia. La imagen se desdibujó y apareció una segunda: Melinda tenía unos cuatro años. Llamaba mucho la atención porque tenía un largo y rizado cabello pelirrojo. Contagiaba alegría mientras chillaba al entrar en contacto sus pies con la frialdad del agua del mar. Pero lejos de retroceder, mientras más chillaba, más avanzaba. Nadie la empujaba, nadie la adentraba, era ella la que continuaba decidida sin que sus gritos la frenaran. Doylos pensaba: - Qué maravillosa contradicción, que intensidad la de su disfrute. Es contagiante su excitación interna, su deseo de exploración.- y admiró su atrevimiento.
En ese momento apareció en la escena su papá, Florián, que enfadado y asustado a la vez la cogió y le vociferó:- ¡No vayas a volver a hacerlo!. Eres una niña muy arriesgada, no le tienes miedo a nada, y eso es peligroso.-
Y con un gesto brusco la sentó en la arena, debajo de la sombrilla, al lado de Amelia, su madre. Melinda estaba muy asustada y no comprendía bien lo que había pasado. Sólo sabía que había vuelto a hacer algo que disgustaba mucho a su papá. Tardó un tiempito en recuperarse, pero como era muy vital y le encantaba explorar, ahora comenzó a jugar con la imaginación. Eso sí, sentada y al lado de su mamá, para no desobedecer a su papá. Melinda comenzó a imitar a distintos personajes y, de pronto, comenzó a decir en voz alta: - Soy un monstruo, soy un monstruo- lo repetía orgullosa, desplegando toda la fuerza que le daba el personaje. Amelia, con la cara desencajada, y contrariada por lo que decía la niña, la cogió fuertemente por el brazo e intentaba convencerla de que estaba en un error diciéndole: -No, tú no eres un monstruo hija, tú eres Melinda, y si eres un monstruo eres un monstruo bueno.- Melinda sonrió y comenzó a gritar más fuerte aún: - Soy un monstruo malo, soy un monstruo malo-
Amelia con toda su autoridad dijo: - Cállate, no digas más eso-
Y Melinda inmediatamente dejó de jugar. De nuevo no entendía bien lo que pasaba, sólo que también había enfadado a su mamá.
-¿Sería verdad que ella era mala? ¿se habría enfadado mamá por eso?- pensaba mientras se iba entristeciendo. Y así, poco a poco, fue como Melinda aprendió a no moverse, a no explorar el mundo exterior, a no explorar el mundo interior y todas sus posibilidades, también las más primitivas que es donde residen nuestras mayores energías. Eso era lo que los demás esperaban de ella y lo que le valoraban. Así es como se sentía buena. Triste y aburrida, sí, pero buena. Lo demás era inadecuado. Doylos estaba cabizbajo, y comprendiendo el verdadero alcance de lo que había visto, con tristeza, concluyó: - Así es como Melinda ha aprendido a no quererse y a enterrar sus tesoros, sus muchas capacidades............- masculló algo poco entendible y le dijo a Eugenia: - No necesito ver nada más, ya tengo suficiente. Me voy a retirar para poder elaborar el sueño.- Eugenia, que conocía bien a Doylos, lo acompañó hasta la puerta de su hogar y, con una sonrisa serena, le recordó: - Confía, todo corazón puede sanar-.
Era ya la hora del crepúsculo, cuando Doylos salía satisfecho de su “laboratorio creativo”, llevando en sus manos un paquete con una etiqueta naranja que advertía: “Sumamente frágil, contiene un sueño”. Ahora tenía que darse prisa, puesto que le quedaba un buen tramo de camino hasta llegar al Arco iris y tenía que recorrerlo antes de que el reloj marcara la hora en que Melinda se solía ir a dormir. Una vez allí entregaría su paquete en mano a la encargada del correo entre los dos mundos, la gran libélula, experta en atravesar el Arco iris, en encontrar el camino que conecta las dos realidades. 
Capítulo 3 Melinda tiene un sueño  
Era tarde y Melinda permanecía en su cama aún con los ojos abiertos. Como la noche anterior, quería encontrar la manera de deshacerse de todas las cosas que no le gustaban de su forma de ser y que tampoco parecían gustarles a los mayores que la rodeaban. Era finales de junio y acababa de vivir un final de quinto curso con sabor a fracaso. Aunque había aprobado todo, según su profesora, Doña Claudia, había sido “por los pelos”. Ella habló con sus papas y les dijo que siempre estaba distraída y que era muy charlatana. Además le costaba mucho equivocarse y rectificar el error, no tenía voluntad..........................y no sé cuantas cosas más...........................- vamos que soy un desastre- pensó Melinda.
Todo esto la había desalentado mucho y le hacía sentirse muy mal consigo misma y andar siempre de muy mal humor; con lo cual todo se complicaba cada vez más, porque ahora además “se había ganado la fama” de contestona y desobediente. A pesar de todo este malestar y de su lucha interior la venció el sueño pidiendo de nuevo ayuda.
Hacía mucho, mucho tiempo que la niña no se atrevía a nada, pero como dentro de ella permanecía su espíritu explorador y su curiosidad, comenzó a caminar lentamente a la tenue luz que alumbraba cada uno de sus pasos. A la vez continuaba escuchando la voz que le iba diciendo en qué dirección debía continuar caminando. Había perdido la noción del tiempo. Poco a poco la luz había ido aumentando y podía ver la belleza del lugar en el que se encontraba. Era un bosque con todo tipo de vegetación, muy verde y muy bien cuidado. Los trinos de distintas especies de pájaros habían comenzado a hacerse presentes y algunos animales pequeños, como las ardillas, saltaban a su alrededor. Continuó avanzando hasta que llegó a un gran muro de hiedra y creyó que no iba a poder continuar cuando una de las ardillas se le adelantó y lo atravesó. Ella siguió sus pasos y comenzó a buscar con sus manos el lugar por donde había entrado la ardilla. Al tocarla descubrió una gran cortina hecha de las lianas de la hiedra. Las apartó y de repente apareció un lugar bellísimo. En él había un “algo” especial que la invitaba a entrar y a moverse en silencio y con mucho cuidado. Se sentó despacito y comenzó a mirar. Había un árbol gigante, que la sobrecogía con su sola presencia, a la vez que le daba confianza. Este árbol parecía custodiar un estanque de aguas celestitas transparentes que mecían a varias flores de loto de diversos colores. En el centro emergía la más grande, una bellísima flor de loto blanca. Melinda estaba asombrada, no se atrevía apenas a moverse para no alterar aquella paz. De pronto volvió a escuchar la voz que le susurraba: - Sumérgete en el agua-. Miró para todos los lados. Era su costumbre de buscar la mirada de una persona mayor para comprobar que le estaba permitido lo que iba a hacer. No había nadie y decidió atreverse. -Ahg, ahg, ahg.....................esto está todo lleno de lodo.....ahg...... quiero salir de aquí- gritaba mientras salía con la mitad de su cuerpo lleno del lodo que se había levantado con sus movimientos agitados.
Mirando al estanque, cuyas aguas ahora aparecían turbias, le dijo indignada: - Pues no eres tan hermoso como parecías. Estás mal cuidado, hay mucha suciedad en tu fondo.-
Mientras intentaba limpiar el barro de su cuerpo con las hojas más grandes de la hiedra, comenzó a tener “una buena idea”: - Ya sé, voy a ayudarte a que seas de verdad bello. Voy a limpiar tu fondo.- Observó que el estanque tenía varios caños por donde continuamente estaba entrándole agua nueva, y pensó que por algún lugar tendría que ir saliendo el agua. Volvió a meterse y buceó hasta dar con una rejilla que iba dejando pasar sólo el agua. La abrió y ocurrió lo que esperaba, comenzó a salir el agua y el lodo. Mientras ajetreada ayudaba con sus manos a limpiar el estanque, le pareció oír varios gritos pequeños que parecían provenir de las flores: - No, no por favor, no hagas eso- Pero eso no podía ser, las flores no hablan y ella estaba haciéndoles un bien. -Ahora sí que iban a ser bellas- pensó- puesto que nunca se iban a ver salpicadas de barro. Cuando terminó colocó de nuevo la rejilla y volvió a llenarse el estanque de agua limpia. Un profundo sueño se apoderó de ella y se recostó en la hierba. Al despertar notó de repente que algo había cambiado, ya no sentía ese “algo especial”. Corrió hacia el estanque y aunque estaba transparente parecía sin vida.
De pronto recordó – Y las flores de loto ¿dónde están?- Al mirar al final del estanque aparecían mustias, desfallecidas, iban a morir. Melinda se sintió muy triste y comenzó a llorar desconsoladamente. Sentía que había vuelto a estropearlo todo. Comenzó a dejar de llorar después de haber transcurrido no sabía cuanto tiempo, y, al secarse los ojos recobrando más limpia su mirada, vio sentada en el estanque a una mujer anciana que desprendía un poquito de luz a su alrededor. Muy despacito se fue acercando a ella y se fue calmando. La anciana luminosa la miró a los ojos y le dijo: - Melinda, si tú fueras el estanque ¿qué lección habrías aprendido hoy?-
Melinda comprendió y esta vez comenzó a llorar sintiendo dolor por lo que había querido hacerse a ella misma. Mientras lloraba, Eugenia la abrazó y, después de haber transcurrido el tiempo como si fuera eterno, acariciando el pelo de la niña, le preguntó: - ¿Qué podemos hacer?-
- Quiero devolverle todo el lodo al estanque y plantar en él las flores de loto- afirmó Melinda. Eugenia la alentó con sus gestos y con su mirada. Una vez terminada la tarea se sentó. Estaba cansada y contenta. Miró sus piernas, sus pies, sus manos y estaban llenos de barro. Sonriendo cruzó una mirada cómplice con Eugenia, y esta le recordó: - Toda tú eres un bello estanque sagrado, lleno de vida en evolución-. 
Capítulo 4 . Tras El Arco Iris 
Entraba algo de luz y de fresquito de la mañana por la ventana, que agradablemente comenzaron a despertar a Melinda. Se desperezó con lentitud, saboreando cada alargamiento de su cuerpo y, al contrario que otras mañanas, se sentía muy contenta. No quiso quedarse en la cama porque el olor a pan tostado y al café de su mamá despertaron también su estómago. Tenía hambre y quería desayunar con su familia. Sólo con su manera de entrar en la cocina y de dar los buenos días se le notaba su bienestar. Amelia y Florián cruzaron unas miradas interrogándose sobre lo que había podido suceder para darse este cambio en su hija. Melinda los interrumpió diciendo: - Mami, tengo muchas ganas de desayunar, ¿puedo prepararme mi desayuno?, quiero aprender.-
-Pues claro que sí hija- comentó Amelia, y tras una pausa reflexiva volvió a decirle: - Me alegra mucho verte contenta Melinda, ¿qué ha sucedido?-
- No sé- replicó algo somnolienta- He dormido muy bien. Sé que he estado soñando algo pero no recuerdo bien qué.........- y continuó haciéndose el desayuno sin darle importancia alguna.
Tras un largo rato de comentar entre los tres los acontecimientos del día anterior de manera relajada, Melinda se salió al jardín, y sus papás permanecieron en la cocina. Florián, incrédulo, le comentó a su mujer: - Bueno, a ver cuanto tarda en volver a estar enfadada con el mundo-.
- Quizás podríamos aprovechar que está contenta para intentar acercarnos y que note que la queremos y que queremos saber cómo ayudarla- expresó en voz alta Amelia.
- Me cuesta mucho entenderla y saber qué le pasa- reconoció Florián.
- No sé bien....., pero si sé que quiero aprender, pero necesito que me ayudes cuando me enfado mucho tomando tú las riendas-.
-Si, yo también te iba a pedir ayuda. Cuando veas que me lleno de miedos haz tú lo mismo, toma las riendas hasta que yo aprenda a no dejarme llevar tanto por ellos-.
Ambos se sintieron bien porque se tenían uno al otro para continuar aprendiendo a ser papás de Melinda, a la vez que crecían como personas. La niña, como casi todos los niños cuando los mayores hablan, estaba escuchando mientras dibujaba, haciéndose la distraída. Pensaba: - Ah, mis papas también necesitan aprender- y se sintió contenta y esperanzada.
Mientras daba colores al dibujo que estaba haciendo, se acercó su madre por detrás y le comentó: - Qué bonito es esto que estás pintando-
- Si, me gusta mucho lo que he hecho y quiero colgarlo en mi habitación - afirmó Melinda- ¿puedo mamá?-
- Claro que si. ¿Qué nombre le vas a poner?- preguntó con cierta curiosidad Amelia. - Uhm.....................
“El bello estanque sagrado”-.  Magdalena Rodríguez Martínez
Andújar, octubre 2009
Cuento: el lodo y la flor de lodo (primera parte)-audio