Un caluroso día de julio, un día normal, uno más, a las seis de la tarde y con 40 grados a la sombra, salíamos a la calle, cuando de pronto escuché un llanto de socorro y angustia. Me quedé en silencio. Era un llanto desesperado de bebé o de cachorro ¡qué más da el nombre con el que lo identifiquemos!. Quizás si es cachorro no produce ninguna compasión y si es un bebé sí. Lo cierto es que eran recién nacidos. Seres vivos inocentes y bellos que por alguna razón habían venido al mundo. El llanto provenía del contenedor. Éste era muy alto y yo muy pequeña. Entonces llamé a Joaquín desesperada y él vino corriendo para comprobar qué ocurría. Sin pensar en la basura, ni en mancharse o cortarse, buscó hasta hallar una bolsa de plástico anudada. Abrimos la bolsa y ¡oh Dios mío!. En ella había tres minúsculos gatitos recién nacidos con la fuerza y el coraje suficiente para maullar incansablemente pidiendo socorro. Una sensación de ternura total nos invadió y en ese momento nos convertimos en papás. Preparamos biberones y una bonita y confortable cuna. Con todo el amor del mundo daba a mis niños de comer. Los acariciaba con mucho amor esperando que mi amor los salvara. ¡Eran tan pequeños!. Al ir a mi lugar de trabajo los llevaba conmigo pues ellos se alimentaban muy a menudo al igual que los bebés humanos. Una mañana, unas amigas se enamoraron de una de ellas y decidieron ser mamás también. Yo sabía que son unas mamás estupendas y decidí compartir con ellas esa maravillosa aventura. Se llevaron a casa a su niña. Compartíamos las noches de biberones como un regalo. Pero no era fácil sacar adelante a esos cachorritos que nada más nacer pasaron por temperaturas extremas y la tristeza que produce el desamor. Así que un día, sin siquiera abrir los ojos para ver la luz, tristemente dos de ellos nos abandonaron. Nos dejaron muy tristes, pues a pesar de nuestro amor y cuidados no pudimos hacer nada más. Nos quedó Isis, una gatita blanca y crema. Una luchadora.
Al quedar solita, le puse un peluche en su cunita para que no se sintiera sola y se acurrucara con algo blandito y acogedor. Yo jugaba mucho con ella y la acariciaba para que no se sintiera sola y se sientiera amada.
Poco a poco, y biberón a biberón, Isis crecía y se convertía en una gatita muy graciosa e inteligente. Cuando le llamaba, sus pequeñas patitas corrían a mi a mi lado. ¡Sabía cómo se llamaba!. Y sabía que yo era su mamá.
Claro que a mí se me caía la baba. Isis creció preciosa y me daba penita que no tuviera compañero de juegos. Los gatitos son tan especiales para jugar que sólo con mirarlos te lo pasas de maravilla.
Aisa, una amiga, tenía una camada de gatitos de su edad. Decidí ampliar la familia y adopté a Tarzán.Cuando Isis conoció a Tarzán se puso muy contenta. Tarzán es muy feliz en casa. Ahora mismo, mientras escribo, está en mi falda acurrucado y ronroneando.
Tarzán es gris, cariñoso, listo y muy simpático. Isis y Tarzán juegan, se muerden, se suben por las cortinas, juegan a esconderse. Son como niños y la viva imagen de alegría y felicidad .
Un día mientras me duchaba Isis llegó al baño buscando a su mamá. Mi corazón se llenó de ternura cuando observé que se acurrucaba en la ropa que había en el suelo. Se revolcaba en ella y ronroneaba. Claro, la ropa olía su mamá. Desde ese día, cuando me cambio de ropa, le dejo alguna prenda donde ella se acurruca y se sienta a salvo y feliz.
Tarzán es diferente porque tiene la memoria de su mamá y él es cariñoso con todos y va que vuela detrás de Linda, una gatita adulta que convive con nosotros desde hace años, hija una gatita a la que también me encontré abandonada con sus tres hermanos. Cleopatra César y sol y a los que críe con biberón.
Tarzán se acurruca con Linda. Juega con ella, y ésta le ronronea. Linda le conecta con su mamá.
También se acerca Isis con la intención de lamerla y darle su cariño, pero la verdad es que a Isis no le hace ninguna gracia y viene corriendo a gatear por mis piernas y subirse en mi regazo y mirarme con sus ojitos de amor.También me araña un poco jugando.¡Es felina y no lo pude remediar!.
La mirada de Isis es muy tierna y especial. Ella me mira, me acaricia la cara con sus patitas y se duerme succionando mis dedos. Soy su mamá y ella es mi niña. Mi querida niña. Mi regalo especial.
Quería compartir con vosotros esta experiencia. Cómo a un ser no le dan valor ninguno. Cómo una persona no es capaz de sentir siquiera una pizca de ternura y ese mismo ser pueda llenar de amor, ternura y alegría a otra persona. Cómo alguien lo deposita en un contenedor como basura y otros se angustian por sacarlo de allí inmediatamente para acurrucarlo con amor entre sus manos.
Nada tiene valor por sí mismo. El valor se lo da cada persona.
Por favor, demos siempre valor a los seres vivos. ¡Qué más da el valor que le dé la sociedad!
¡Qué más da que sea un lince, un perrito, un niño…!.
Todos son seres que tiene la tierra, que los acoge y que necesita para estar sana y equilibrada.
¿ Pensáis acaso que solo los hombres podríamos sobrevivir sólos?.
Necesitamos las plantas, los árboles, los animales, el agua, la tierra y nada de eso nos pertenece. Más bien nosotros formamos parte de ese universo que debemos respetar conservar y amar .